Terrain Vague
En el límite no hay límite.
Es en los alrededores del arte, siendo al mismo tiempo arte, donde se mueve el trabajo de Núria Roselló. Podríamos decir que es lo que del arte no es arte y ésta podría ser una definición para la fotografía. Cruzando entre géneros, la autora atraviesa el documental, el retrato, la instalación y la fotografía de paisaje caminando con soltura entre todos ellos.
El trabajo de Núria es por tanto absolutamente contemporáneo; contemporáneo en su transversalidad y también en ese sentido nietzschiano resumido en una frase por Barthes: lo contemporáneo es lo intempestivo; y delimitado de forma excelente por Agamben como esa relación con el tiempo que adhiere a este a través de un desfase y un anacronismo. Pero es en ese estar fuera de la actualidad, en esa anacronía, donde al mismo tiempo confluyen todas las fuerzas, como en una especie de peculiar momento decisivo bressoniano, pero adaptado, eso sí, a esta nuestra sociedad líquida donde todo fluye.
Los ojos de Núria nos sitúan en la frontera de lo visible, ¿hacen visible lo invisible, podríamos decir?; su mirada afilada como un escarpelo corta una fina lámina de realidad y nos la muestra aún sin nosotros quererlo, a contracorriente. Pero debemos recordar que es función del arte satisfacer una necesidad de la que todavía no somos conscientes; o si se prefiere en palabras de Benjamin: Desde siempre ha venido siendo uno de los cometidos más importantes del arte provocar una demanda cuando todavía no ha sonado la hora de su satisfacción plena.
No cabe duda de que la autora está vinculada con los problemas de la actualidad; la ecología, el reciclaje y la preocupación por el medio ambiente están presentes en el trabajo de Roselló. Pero Núria también parece tener en cuenta que somos una parte infinitesimal de la sopa galáctica, de una vía láctea dentro un universo en expansión y por tanto con una entropía positiva. O dicho de otra manera, que los grados de libertad -pues parece que al final es de libertades de lo que estamos hablando- tienden hacia el desorden, al caos. Manifestar este caos sin intención vana de ordenarlo podría ser el objeto de esta exposición.
En este sentido no es casual por tanto la elección de la fotografía como medio para expresar (¿deberíamos decirlo?) lo inexpresable. Esa equívoca potencia para informar que, erróneamente, se le adjudica a la fotografía ignora, convenientemente, un dato crucial y es el de la densidad semántica de la fotografía. A fuerza de mostrárnoslo todo, de decirlo todo hasta el detalle más nimio, la fotografía se hace muda al conocimiento. Ninguna foto individual explica nada. Es lo que hace de la fotografía un medio tan maravilloso y problemático.
Necesitamos a la fotógrafa, para que este medio diga lo que la artista quiere que diga.
Algo similar a lo que le sucede a Funes el memorioso en el famoso cuento de Borges, quien recuerda todo, sin establecer niveles o barreras, sin generalizar, sin poner límites por tanto. Es por eso mismo, por esta desmesura, que su conocimiento se vuelve inútil. Y es precisamente el exceso una característica inmanente de la fotografía. Sobre Isidoro Funes nos dice Borges que sus recuerdos no eran algo simple y aséptico, cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños.
Pero no nos llevemos a engaño, el trabajo de nuestra artista es eminentemente físico, de una actividad diaria en contacto con lo material. Tiene un componente performático indudable, poniendo en cuestión, al mismo tiempo, la idea de ese subgénero. Podemos imaginarnos a Núria redistribuyendo, organizando, seleccionando, moviéndose cómoda entre la multitud de objetos residuales que configuran determinados paisajes de nuestra cultura. Haciendo visibles los paisajes invisibles. Su actividad marcaría una especie de punto de inflexión entre la adaptación pasiva a la naturaleza y su modificación activa. Transformar sin transformarla sería su lema.
Tiene mucho de excesivo el trabajo de Núria Roselló, -nuevamente en palabras de Borges- ávido, curioso, casual, sin otra ley que la fruición y la indiferencia inmediata, en cierto sentido su trabajo recuerda también la desmesura de ese mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y que era exactamente igual, coincidiendo punto por punto con este. Por otro lado, frente a la razón del lenguaje, la fotografía como lenguaje, el mapa, que nos suministra sólo conceptos, Núria nos ofrece la fuerza de la imaginación, la poesía, restituyendo así -como diría Schiller- la naturaleza sensual e individual a cada objeto. Al presentarlo libremente, sin describirlo, lo representa.
Nada más lejos de mi intención que el intentar catalogar o clasificar el trabajo de Núria Roselló, pero más allá de eso, si que creo que podríamos considerar a Núria como una narradora, precisamente ahora, cuando el arte y oficio de narrar parece estar desapareciendo, llegando a su fin; nos cuenta una historia en primera persona, nos la presenta sin tratar de explicárnosla, y recordemos que precisamente gran parte del arte de narrar está en mantener cualquier historia libre de explicaciones. Aquí nos damos de bruces con esa fabulación exquisita donde la verdad de lo poético se entrecruza con lo real. Es una narración contemporánea en la que Núria nos hace partícipes de su tiempo, haciéndonos percibir no sus luces, sino su oscuridad pues recordemos que para aquel que experimenta su contemporaneidad, todos los tiempos son oscuros.
Alfonso de Castro
2022